Mwanaume wa Kiswahili:

 

Mwanaume wa Kiswahili:


El hombre subió la montaña por última vez. No hacía frío ni volaba en circulos ningún ave, pero él sabía que las serpientes salen de su escondite cuando trepa el calor y la temperatura pone a prueba al más experimentado.

Nunca permitió que le dieran un nombre y menos un número, su padre y abuelos ya conocían la trampa que consiste en entregar  sus espíritus vivos a los papeles muertos.

Sabía desde hacía meses lo poco que le quedaba, el cuerpo siempre avisa el final,  por eso no entendía el temor de las personas a marcharse, y cuando el más pequeño y travieso de la tribu lo hacía reír, allí comprendía como su percepción se iba, le abandonaba unas horas para regresar al presente con las carcajadas de las niñas.  Los hombres mayores suelen habitar entre muchos recuerdos, en cambio las mujeres, en su amor cotideano, no se entregan y cuidan el futuro de todas las infancias.

En la cima, su hija aguardaba sin saber que él vendría mediante un piadoso engaño del anciano: el idioma es una lanza que se trabaja de muchas maneras, con troncos rectos, metales y plumas de colores entremezclados.
Una palabra arrojada  siempre es un dardo.
Le tomó las manos y de inmediato comenzó a hablar  muy serio:
"La mañana quita estrellas  y se lleva consigo los remansos de la noche, créeme, nadie fue más libre en estas praderas que mis pies andando sin pedir permiso a nadie mientras amábamos cada hoja del bosque. Nunca le he dañado porque tú eres mi hoja.
En lo que va de mi existencia todo cambió, la prisa se convirtió en ira desde que unos hombes extraños tomaron por la fuerza las rutas, los árboles y los animales. Sus máquinas les dominan aunque ellos no lo sepan, una ilusión les creó otro deseo y así terminaron engulléndose hasta las piedras y los aceites. No lo comprenden pero es tarde, ya ni pueden saciar su sed porque el agua, que ha viajado y visto, los desprecia.
Escucha, tú sabes que puedo leer el porvenir como mi abuela Mtabiri, por eso sé como se abrirán la puertas oscuras en el surco del cielo, sé que arderán los campos de fiebre y como caerá de la luna el granizo a plena luz del día, así que deberéis defender la vida con la vida, serán años de muchas mentiras, no podéis distraeros, los invasores os dirán que sin ellos todos morirán pero no hace falta arrancarle al suelo sus tesoros para aprender a existir, como tampoco hay un relámpago más cegador que el hechizo frente al espejo, y porque  tarde o temprano, tú y nuestro pueblo deberán enfrentar el mono asesino de enormes colmillos y someterlo, derrotarlo, hundirle el hacha en su pecho de cristal, aunque suenen mil alaridos en la lejanía y tiembles de miedo y de ira.
Cuando todo haya pasado, cubierta de su sangre y extenuada, algo extraño te sucederá, no temas, detrás del rostro de la bestia fenecida, verás aparecer tu propia cara"
Tomándole por los hombros tiernamente apoyó su frente en la de ella y luego le mostró por donde descender.
"Baja y cuenta lo que has visto a través de mis palabras, defiendan la madre tierra, la lentitud del beso, el amanecer y la hoguera, la proximidad de tu amado y la suave lluvia reververando en el estanque, déjame ya, anda, yo quedaré silencioso en estas piedras y despertaré de esta alucinación que nació conmigo, tu madre sé que me aguarda para tomar mi mano y sonreír"


Hizo un silencio abrupto, su mano tapó la boca de su hija, los ojos quietos dejaban al oído distinguir la ubicación del sonido. 
"¡Los estoy escuchando llegar!
Ahora ve y regresa a casa a prepararte"

Oscar Cusano






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